En esto consiste la
conciencia corporal, en echar raíces fuertes para anclarnos a nuestra realidad
interior y dejar de tergiversar la realidad exterior; es sentir con el
pensamiento corporal, observar cómo reaccionamos dentro ante lo que viene de
fuera, conectar la mente con el cuerpo y las emociones, silenciar las
justificaciones, las interpretaciones, los victimismos, las subjetividades, los
engaños que crea nuestra razón para evitarnos el sufrimiento o para intentar
saciar nuestros deseos al instante.
Consiste en
experimentar y reconocer lo que nos hace sentir bien y también lo que
nos angustia,
en un ejercicio de
máxima sinceridad con nosotras mismas donde lo socialmente bien visto y lo
políticamente correcto no tienen cabida, donde conectamos con nuestras
pulsiones, nuestros instintos, bajezas, deseos auténticos e inconfesables,
nuestra fiereza, nuestra ternura, nuestra compasión... En definitiva, es
conectar con nuestra esencia animal. Las mujeres tenemos suerte porque tenemos más capacidad para hacerlo, no en vano estamos más
conectadas con la vida y con nuestro cuerpo. Llevamos ese potencial aunque al
ser absorbidas y adaptadas al mundo patriarcal lo perdemos en gran medida.
Entramos en la política, en la educación superior, en la empresa... y nos
adaptamos a sus normas patriarcales alejándonos de nuestra esencia ancestral de
mujer.
Pero la conciencia
corporal no sólo nos conecta con nuestro cuerpo y nuestras emociones, también
nos permite identificar nuestras fortalezas y nuestras debilidades, descubrir
además nuestros dones. Este contacto con nosotras mismas nos permitirá ver la
realidad exterior tal como es y gracias a ello podremos discernir, elegir y
dirigirnos hacia nuestro propósito real en la vida, eso que nos hace florecer
como personas, eso que nos hace sacar el máximo partido de nuestros dones.
Todas tenemos dones,
aunque nuestro pensamiento racional en algunas de nosotras los desconozca.
Conectar con el pensamiento corporal, liberarnos de la subjetividad nos ayuda a
encontrarlos.
Y cuando todo esto se
entiende, la vida ya vivida cobra sentido y el presente deja de hacernos daño.
Una vez lo comprendemos ya no hay vuelta atrás. La claridad nos invade.
Sin esta claridad,
una parte de nuestro pensamiento idealiza la realidad para intentar satisfacer
nuestros deseos de sentirnos bien o acompañados y en el caso de la pareja toma
lo primero que pilla, lo que le parece menos malo y crea una imagen
transformada e ideal para que nuestro deseo se apegue a ello. Nos confunde
pensando que eso es amor, pero todo lo que no nos haga florecer y nos limite no
puede serlo, es tan sólo un sentimiento producto de la razón necesario para
calmar la emoción del vacío que nos provoca "la soledad", una soledad
que no es otra cosa que la desconexión con nuestro pensamiento corporal, con
nuestra verdadera sabiduría. Con claridad elegimos a un compañero que transita
por su propio camino junto al nuestro, no a un ser al que apegarnos.
La razón hace lo que
tiene que hacer, para evitarnos el sufrimiento instantáneo, calmarnos la
ansiedad, pero este mecanismo nos impide conectar con la realidad y comprender.
Nuestro pensamiento corporal, por el contrario, no se engaña y sabe que no
florecemos, acumula la verdadera sabiduría de la experiencia, por eso sabe que
giramos en círculos viciosos dañinos. Si este pensamiento o mejor dicho, si
esta sabiduría está desconectada de la razón, será esta ultima la que domine y
promueva los actos que ella misma proponga sin escuchar al pensamiento más
básico y ancestral. La razón no es nuestra enemiga, pero puede serlo si está
desconectada. Los motivos que provocan la desconexión están en nuestra
infancia, en lo que nos transmite nuestra madre a su vez desconectada y una
sociedad patriarcal que tiene pensado para la mujer un papel de sacrificio que
nos impide poner el foco en nosotras mismas.
Tenemos que conocer
la parte racional de nuestro pensamiento, identificar sus mecanismos para ser
capaces de silenciarlo de forma que el foco de toda nuestra mente se dirija
hacia lo más básico que hay en nosotros: cuerpo y emociones.
No es un ejercicio
sencillo porque la función de la razón es anestesiarnos constantemente y cuanto
más hemos vivido sin entender todo esto, más familiarizadas estamos con el
control que ejerce constantemente esta parte del pensamiento. Su resistencia
siempre será mayor cuanto mayor y más largo haya sido su papel dominante en
nuestra vida.
Pero a la razón no
podemos dejarla sin papel cuando renacemos en la conciencia corporal, sería
como prescindir de su potencial, tal y como hemos prescindido del potencial del
pensamiento corporal hasta este momento de revelación en nuestra vida.
Necesitamos transformarla para que trabaje en nuestro propósito en la vida de
la mano de nuestro pensamiento corporal. En realidad la razón es la única parte
del pensamiento que se reconoce a sí misma y que puede silenciarse:
entrenémosla para ello.
El papel del
pensamiento corporal es crear nuestra sabiduría. Acumula lo que está en
nuestros genes, nuestro instinto (lo que nos conforta el tacto de otro ser
humano, lo que nos asusta el trueno, lo que nos calma el mar o el bosque) pero
también todo lo aprendido (que nos guste el pan y no el hígado de los animales,
que nos guste más la novela que la poesía, que nos de miedo volar o nos
encante... Depende de la experiencia de cada una). Somos una parte instinto y
una inmensa parte lo aprendido gracias a la experiencia. Cuanto más
experimentamos más aprendemos, más sabiduría almacenamos y más podemos crecer.
Y esta certeza es un arma de doble filo porque cuanto más vivimos
desconectadas, más tiempo le damos a la razón para sofisticarse y
diversificarse en el arte del engaño y a la vez más experiencia y sabiduría
almacena nuestra conciencia corporal. Y ese conocimiento almacenado en una vida
atormentada que necesita constantemente la anestesia de la razón puede devenir
en enfermedades de todo tipo, mentales o corporales (si nuestra mente es
fuerte), o incluso en la muerte. El dolor y el sufrimiento que producen las
experiencias negativas se acumula una y otra vez sin dejar nunca de hacerlo. Si
la razón está desconectada del dolor, no sabe como evitar todo aquello que nos
daña, no lo evita porque sólo sabe tergiversarlo, idealizarlo para soportarlo.
Deja que se acumule sin remedio porque no sabe elegir lo que le hace bien o
incluso tiene preferencia por lo que le hace mal porque es lo familiar. Pero
ese dolor está ahí, sumado, agregado, acumulado, en gruesas capas, no es
experimentado pero tiene que doler y acaba doliendo en lo orgánico, nuestra
materia con la que nuestra sabiduría corporal sí está conectada.
De ahí la urgencia de
tomar en serio el sufrimiento y actuar, buscar, anhelar la sanación sobre
cualquier otra cosa. Cuando buscas y tu energía la focalizas en esa búsqueda,
encuentras y la búsqueda al final te lleva a conectar con la sabiduría
corporal. No hay otro camino seguro que conduzca a la sanación. No hay atajos
ni alternativas.
Conectar es el paso
más importante, es el primero, el origen del renacimiento, pero no es el único
ni el último. Este camino se transita hasta el ultimo aliento.
El siguiente paso es
si cabe más difícil y de ahí que darlo dependa de nuestra convicción y deseo de
sanación. Consiste en soltar todo aquello que nos lastra, que nos hace sufrir,
que nos impide florecer. Porque todo en la vida pasa, pasa la infancia, pasa la
juventud, pasan los padres, los novios, los hijos... Cuanto menos nos cueste
soltar, menos tiempo nos quedaremos dentro del círculo vicioso y más
floreceremos. Soltar lo tendremos que hacer hasta el último segundo de nuestra
vida. En ese instante habremos soltado todo, incluso nuestra propia conciencia.
La conciencia sólo
habita el presente, el ahora. Estar conectada tiene que suceder en el presente,
en este momento y en el momento futuro cuando se convierta en presente. Sólo el
presente es consciente. Sólo el presente es real. Nos puede tocar una vida longeva
o podemos morir al nacer. Ese será nuestro tiempo, una sucesión de momentos
presentes, de momentos conscientes. Sin conciencia no existe la realidad, sin
conciencia, el tiempo es infinito y no existe.
Si lo necesitas, no
lo pospongas: busca el camino y vive conectada cada momento de tu vida.
Florece.