viernes, 5 de junio de 2015

No se ama a quien se teme

Y pasa el tiempo y no se cura. 

Y paso yo, de la niebla de no querer recordar, del dolor agudo del rencor, de la cima del orgullo recuperado al fondo del lago verde donde todo es nítido y todo se vuelve crónico. 

Nunca quisiste arreglarlo porque al final yo entendí que la herida era de muerte. No tenías las palabras, tampoco querías buscarlas, pero en el fondo me temías y no se puede querer a quien se teme; me odiabas y te vengabas amándome a golpes y placeres.

Volví por ti porque todo me aburría y tú eras un reto difícil pero seguro: te conocía, y caerías a pesar de haber sido cruel contigo. Puse a prueba tus estrictos principios para que supieras lo bajos que eran tus instintos y conocieras tu falta de nobleza. Sabía lo ruin que es un hombre que presume de superioridad moral ante una mujer porque antes que bicho soy humana. 

Me burlé de tu dignidad haciendo que volvieras con la araña que te dio la puñalada, y nada de eso se puede perdonar por más que llorase abierta de piernas sobre la cama al verme el alma negra retratada. 

No te extrañe: la desconfianza no pesa al que la engendra sino al que la carga como su lápida, y por retener tu juguete en mi cama jugué al juego de humillarme y ponerte en bandeja de plata el arma de tu venganza. Te encontraste, sin buscarla, a la perfecta malvada masoquista y pudiste sentirte poderoso maltratando a quien se lo merecía.  

Nos hemos odiado a salivas y sudores, nos hemos deseado la muerte en nuestros brazos, nos hemos arañado en pedazos y comido nuestros corazones. Tú también lo has hecho, no lo niegues. Yo también me he desesperado de amor contaminado, porque por más que se intente pasar el trapo al alma, no tiene salvación lo que renace podrido, lo que se nutre sólo de temores. 

Y pasa el tiempo y esto duele... ¿Hasta cuándo te veré por los rincones?